20/04/2024 - Edición Nº1963

Internacional | 27 oct 2020

ELECCIONES EN BOLIVIA

Un factor clave en el contundente triunfo del MAS: el odio revanchista de las elites

Hace sólo una semana, el MAS, movimiento que fundó Evo Morales para cambiarle la cara a su país, obtuvo el 55% de los votos. Mientras pseudo analistas, académicos y periodistas siguen hablando de “dictadura”, cada vez queda más en claro que para ellos la democracia es sólo cuando gobiernan las elites, o que les cuesta entender la raigambre de un movimiento que, con todos sus errores y desaciertos, es un fenómeno único en el Cono Sur.


Por: Fabián Lavallen - Lic. en Historia y Lic. en Relaciones Internacionales. Doctor en Ciencia Política (USAL)

 

Estas son las primeras elecciones desde 1997 donde Evo Morales no es candidato. Y desde hace catorce años, ganó en todas las elecciones a las que se presentó como candidato. No hay movimiento político en la historia de Bolivia (y muy pocos en toda la región), que haya tenido una continuidad de respaldo democrático mas grande que el Movimiento al Socialismo.

Desde hace por lo menos medio año, Morales viene anticipando desde su exilio forzado en la Argentina que el MAS triunfaría en su país por más del 50%, declaración que era vista como temeraria y demasiado subjetiva hasta hace unos días. Hace sólo una semana, el MAS, el movimiento que fundó Evo Morales para cambiarle la cara a su país, obtuvo el 55% de los votos. Mientras pseudo analistas, académicos y periodistas siguen hablando de “dictadura” cuando hablan del MAS, cada vez queda más en claro que para ellos la democracia es sólo cuando gobiernan las elites, o que les cuesta entender la raigambre de un movimiento que, con todos sus errores y desaciertos, es un fenómeno único en el Cono Sur.

Desde hace un año, inicialmente la disyuntiva era continuidad del masismo, o transición a un proceso antagónico con él. Ahora ya se habla de un “pos-evismo”, dentro de la propuesta del MAS. Es decir, algo que ciertos sectores del oficialismo evista, con perfil bajo y de manera poco estruendosa, pedían a voces: la continuidad del proyecto, pero sin la hegemonía de Evo Morales. Evo continuará en la política, seguramente sindical, lo que le dará al llano una potencia simbólica de escala regional.

Ese posevismo claramente no fue consensuado, fue forzado, ya que la coyuntura de ruptura democrática y posterior proscripción de la fórmula tradicional del masismo (Morales - Linera), obligó a buscar un candidato por fuera del liderazgo planificado al interior del bloque oficialista. Fue una salida dramática, pero para lo que se tomaron decisiones acertadas desde el entorno de Evo.

La situación de Bolivia también fue un termómetro. Permitió observar la fiebre de desprecio a los movimientos populares. Muchos de los analistas políticos que se indignaron con el personalismo de Morales, no se desagarraron las vestiduras cuando la dictadura de Añez comenzó a hacer de las suyas, persiguiendo referentes del socialismo, dándole carta blanca a las fuerzas de seguridad para “restablecer el orden”, permitiendo el incendio de las casas de los ministros de Morales, de la propia hermana del presidente, de vice-presidente García Linera, etc.

¿No se debería responder ante la justicia por todo esto? ¿No deben asumirse responsabilidades penales por el golpe de estado, y por toda la violencia que lo acompañó? El linchamiento público humillante que se le propinó a la alcaldesa Patricia Arce Guzmán ¿no tiene culpables? ¿No hay efectos contra la figura de la OEA, Luis Almagro, luego de haber tenido un rol fundamental para legitimar el golpe?

Volviendo a la dinámica interna de la política boliviana, podemos ver que este proceso del “posevismo” obliga a varias lecturas:

Por un lado, no se cumple la traba que suponía un candidato que no provenga de la identidad indígena para conseguir el apoyo mayoritario de los pueblos originarios. Arce es un mestizo, más allá que quien lo acompañe sea David Choquehuanca, de origen aymara. Lo mismo podía decirse del primer compañero de fórmula de Gonzales Sánchez de Losada, el fatídico “Goñi”, quien claramente había seleccionado a Víctor Hugo Cárdenas para decorar su pésima imagen al interior del mundo originario boliviano. Es obvio que en la fórmula de Arce la figura del ex canciller no es sólo decorativa, por supuesto que no. Es un hombre conocido y respetado en el espacio del MAS, y supo organizar alrededor de su ministerio, una red de empatías y liderazgos de gran potencia política, además de mucho prestigio.

En segundo lugar, no se cumple con la supuesta traba que implicaba un candidato que no esté anclado en la vertiente social-sindical de amplios apoyos en el medio rural. Arce no proviene de esos sectores, es un técnico, economista, investigador, conferencista, de fuerte formación y experiencia académica en un abanico de universidades de Bolivia y la región. Pero eso no le impidió “recorrer el territorio”, y acercar su voz a todos los sectores, en una campaña eficaz y poco estruendosa.

Inicialmente, podría pensarse que la victoria de Arce supone el éxito de un candidato que ha empatizado más desde las condiciones de la política tradicional, que desde el carisma identitario: es decir, Arce fue, innegablemente antes que nada, exitoso en su desempeño como Ministro de Economía. Además que lo acompaña una actitud racional de conciliación y recuperación, sin la épica propia de los personalismos.

Pero es en este punto donde cobra relevancia un factor que fue decisivo en la elección, o por lo menos en lo abultado del resultado. El rol jugado por el “odio visceral” de un sector de la sociedad boliviana. Un sector que no es mayoritario, por supuesto, pero tampoco es menospreciable. Es un sector que se hace ver y escuchar, y a lo largo de casi una década y media del gobierno más inclusivo de la historia de Bolivia, ha acumulado enojo, frustración y revanchismo hasta niveles indecibles.

Un odio que se alimentó diariamente, al ver cómo se empoderaban los cholos que históricamente fueron sirvientes, y ahora reclaman y consiguen derechos sociales. Los viejos pongos que dormían en las puertas de sus “dueños”, ahora crecen y levantan la cabeza (Por sólo citar un ejemplo, quien suscribe estas palabras ha podido comprobar, en un relevamiento realizado entre los años 2009 – 2010, cómo los bolivianos residentes en la Argentina, desde la llegada de Evo Morales al gobierno cambiaron notablemente la manera de referenciarse a su origen y pertenencia).

El odio revanchista de las elites no pudo contener el volumen de sus frustraciones en el dique de la prudencia o el cálculo político, e hizo todo lo que no había que hacer. No supo subordinar la necesidad pulsional de su presencia política en las listas finales de los candidatos  -e ilusionarse con algún otro tipo de resultado-  al cálculo matemático que ya anticipaba lo que ocurrió en elecciones anteriores: si la oposición se divide, el masismo no tiene rivales.

De la misma manera que en una eventual segunda vuelta, se pensaba, el masismo podía ser vencido. Si Luis Fernando Camacho bajaba su candidatura, aunque más no sea ante un candidato demasiado conciliador y dialoguista para su gusto como Carlos Mesa Gisbert, posiblemente Arce no triunfaba en primera vuelta. Pero no, la excitación interna que los mueve a gritar su odio, no podía contenerse con la académica expresión de un moderado.

Y aquí es donde aparece el segundo factor decisivo en el odio elitista. Fue tan estigmatizante y racista el revanchismo que le imprimieron al gobierno interino (de facto) de Jeanine Añez a lo largo de todo el 2020, que alimentaron los peores miedos entre los sectores vulnerables. Las prédicas raciales y despectivas con el indianismo, el gesto de arrancar la Wiphala de los uniformes de las fuerzas de seguridad, el acto de hacer “ingresar la biblia” al Palacio Quemado, el salvajismo con el que trataron a referentes políticos, la violencia sistemática (sobre todo en el Altiplano), la persecución ideológica, e incontables episodios más, imprimieron la sensación que nuevamente se estaba ante un juego de suma cero. O ganaba Arce, o todos los sectores populares perdían. Y eso hizo que la opción por Carlos Mesa se absurda, y no se interpretara como garantía de nada. Además, la prédica derechista-empresarial de Camacho, llenó de incertidumbres inclusive a los sectores vulnerables cruceños, no sólo del histórico Altiplano.

Por ello, la opción por Mesa era absurda para todos los sectores vulnerables. El anti-masismo, ante el combustible del revanchismo rociado por Luis Fernando Camacho y sus secuaces, se volvió más polarizado, más antagónico, más “anti” que nunca. Y la posibilidad de un dialoguista como Mesa, o alguien que no inicie la cacería de brujas por ellos deseada, no podía ser una opción. Más aún, cuando tenían un candidato que les prometía garrote y cárcel para los opositores. No pudieron ver que en la candidatura de Carlos Mesa tenían la verdadera posibilidad de derrotar democráticamente al MAS.

Finalmente, el odio revanchista interpretó demasiado livianamente la caída de Evo Morales como si de un “cambio de época” se tratara. Y no fue así. Proyectaron sus deseos, y se comportaron como si se hubieran cumplido sus sueños. Sintieron que podían cabalgar la crisis desatada por ellos mismos, leyendo la destitución de Evo como toda una caída final del proyecto plurinacional. Se removió al líder del MAS, de manera violenta y condenable, lo que no significa que “extinguieron” el proyecto. Y con su destitución, a contrapelo de lo que buscaban, forzaron una resignificación del modelo plurinacional que tanto odian.

Obligaron a construir un liderazgo sobre la marcha. Liderazgo que supo asumir el rol que le tocaba en estos tiempos, y reacondicionar su figura ante la emergencia. Eso hizo Arce. Prometió racionalidad, renovación y eficiencia, pero dando continuidad a todo lo que se hizo bien, y manteniendo armónicamente los símbolos de los nuevos tiempos.

Finalmente, el enceguecimiento del odio de la elite, les hizo actuar ante la toma del poder como si de una fiesta privada se tratara. Se comportaron como desatados. Literalmente. Administraron inescrupulosamente los fondos, los cargos, las compras. Fueron ineficaces, corruptos y fraudulentos, y a la postre, quisieron explicarle a los sectores más vulnerables del país, que ese movimiento que durante años les dio trabajo, derechos sociales, identidad, educación y dignidad, eran unos forajidos a los que había que desterrar.

Ahora, luego de su fracaso, de su estrepitoso fracaso no sólo electoral, también de gestión, de imagen, de credibiliad, ante su pueblo y ante el mundo, muchos no querrán asumir la derrota y encerrarse en sus paradigmas negacionistas.

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