29/03/2024 - Edición Nº1941

Editorial | 9 nov 2020

ANÁLISIS

Pino Solanas y la Argentina Latente: una alegoría del potencial y las capacidades nacionales

El cineasta y político no se ocupó sólo del pasado: también fue determinante en su trayectoria sobre el camino a seguir para el futuro y en eso reside lo más extraordinario de su visión y su obra.


Por: Fabian Lavallén Ranea - Director del Grupo de Estudios del Paraná y el Cono Sur

 

Hace pocas horas nos dejó uno de los hombres más completos de la política argentina. Conocido por todos gracias a su arte y no sólo por su militancia, Pino Solanas fue uno de los políticos más incansables de nuestro país. No pretendo en estas líneas desatender el notable y paradigmático lugar que ocupa como cineasta-político, ya que La hora de los hornos, Los hijos de Fierro o Actualización política y doctrinaria para la toma del poder, entre otras, hablan por sí solas de lo que significa en el imaginario político de millones de argentinos, y lo determinantes que fueron esas producciones para la militancia nacional y popular.

Simplemente quiero detenerme en una faceta del querido Pino, que en la reseña rápida de su obra no es la más destacada, además de advertir, que fue un hombre que no sólo desarrollaba una “evocación nostálgica” del pasado argentino, como se ha repetido innumerables veces. Pino hizo mucho más que eso, lo que nos permite entender porque era sumamente incómodo para muchos. Entre otras cosas, no se ocupó sólo del pasado, también fue determinante en su trayectoria sobre el camino a seguir para el futuro, y en eso reside lo más extraordinario de él.

Es explícito en “La Argentina latente” (2007), cuando deja en claro la necesidad de desarrollar un Plan Estratégico propio, para lo cual es necesario, inicialmente, sacarse de encima los resabios del colonialismo mental crónico que nos impide varias cosas: 1) identificar el potencial que tenemos, 2) poseer una vocación de desarrollo más ambiciosa, 3) reconocer las capacidades intelectuales, científicas, creativas, que nutren a nuestra sociedad.

Pero lamentablemente, con Pino se hizo y se sigue haciendo, lo que él mismo nos advertía que no debíamos permitir que ocurra. Se le “baja el precio”. Con el recurso de destacar lo maravilloso de su trabajo como cineasta, como hombre de múltiples inquietudes intelectuales y artísticas, como personaje de una sensibilidad social única y una pedagogía política envidiables, se le quita lo peligroso. Se le edulcora lo programático y se le licúa lo estratégico. El viejo recurso de estudiar en detalle casi obsesivo el colosal Cruce de los Andes del General San Martín, para no reparar en su pensamiento político. O estudiar las batallas de Manuel Belgrano, para no reparar en lo que pensaba del día después a la victoria. 

Pino nunca hizo sus documentales sobre nuestros recursos naturales gasíferos, petrolíferos o minerales, sobre los agrotóxicos, el monocultivo y sus consecuencias, para que se lo aplauda de pie y le den premios en los festivales. Si no, no se hubiese metido en el barro de la política cuando le descargaron varios tiros encima luego de denunciar la entrega del país por parte del neoliberalismo. El quijotismo de Pino está impregnado del recuerdo del viejo Peronismo, es verdad, pero también de los lineamientos del “Modelo Argentino para el Proyecto Nacional” de Juan Perón, que hablaba más del futuro, y no de la historia.  

Cuando recién comienza su “Argentina Latente”, Pino de antemano advierte que estamos ante un país que no sólo posee muchos recursos y territorio, sino que es directamente uno de los países con mayor cantidad de los mismos, donde se da la extraña combinación de poseer una plataforma marítima de 900.000 km cuadrados, al mismo tiempo que gigantescas reservas de agua potable, millones de hectáreas de tierra cultivada, e igual cantidad de tierras fiscales, y al mismo también, de ser uno de los mayores productores de alimentos  -para más de 400 millones de habitantes-  con industria petrolera, e industria gasífera, desarrollo tecnológico, universidades públicas con un acceso que difícilmente pueda encontrarse en el resto de la región, antecedentes de industria aeronáutica, astilleros de vanguardia, siderurgia, recursos minerales, y un largo etc.

En el itinerario que Pino sigue en su trabajo, repito, insisto, no hace sólo una evocación de lo que pudimos ser. No caigamos en ese recurso lamentable de mirar a la obra de Pino como una ensoñación de simple nostalgia bucólica de lo que nos dio el Peronismo Clásico, lo cual, por supuesto es notable y enamora hasta los huesos. Pero Pino es muchísimo más que eso, porque aunque es verdad que en su obra hay una permanente reminiscencia de lo que fuimos, también da nombres concretos y precisiones del lamentable cambio de rumbo, de la pérdida del horizonte, explicitando cuestiones que cuesta mucho encontrar “con todas las letras” en otros trabajos.

Me refiero puntualmente a las definiciones que da sobre “quienes fueron” los responsables intelectuales y estratégicos (internos y externos) de “la caída” de la Argentina, del Estado de Bienestar a la Argentina del saqueo, del desarrollo industrial y la tecnología gasífera, de la aviónica y de los astilleros, a caer en un país que instala un Wal-Mart donde antes había una Fábrica con miles de trabajadores, como es el caso emblemático de La Grafa de Villa Pueyrredón.

Todo aquel que se dedica a estudiar la historia política argentina, en algún momento, tarde o temprano, conoce el terrible impacto que implicó la conformación de “La Trilateral” en los años setenta para el desarrollo del Cono Sur, y la relación directa que tuvo la misma para la llegada del Consenso de Washington y los procesos de reforma del estado, entre otras cosas. ¿Pero quienes se animan a mencionarla y la citan puntualmente en las políticas que desarrollaron con las lamentables consecuencias que tuvieron para nuestro destino cultural, económico y político? Muy pocos. Y entre ellos, Pino ha tenido una consecuencia y una sistematicidad de mostrar siempre como el “clima de época” para el desguace del Estado, fue una decisión estratégica, que se acompañó de una desmemoria política y un colonialismo cultural en sintonía.

Pino no sólo enumeraba los males de los agrotóxicos o la minería a cielo abierto, como lo hacen muchas investigaciones y documentales. Pino además mostraba las estrategias de colonización de la comunicación y la cultura política que acompaña a esos males. Pino no sólo mostraba “la patriada” que hicieron y hacen los luchadores desde los sindicatos, desde las cooperativas y las organizaciones sociales, para contener el avance depredador de quienes nos quieren convencer que sólo podemos producir alimentos, y materias primas en clave extractivista. Pino también muestra los terribles efectos de esas resistencias, los más duros e innombrables, como por ejemplo, los suicidios de compañeros trabajadores en los noventa, en el Astillero Rio Santiago (el más grande de América Latina, capaz de fabricar motores diesel, turbinas hidroeléctricas, o elementos para centrales atómicas), y que gracias a esas luchas, fue uno de los pocos lugares que contuvo el tsunami privatizador.

Y ya que hablamos de “clave extractivista”, recordemos, Pino no hablaba en modo neutro y despersonalizado de “impactos ambientales”, sino decía con todas las letras “delitos ambientales”. Esa precisión es lo incómodo de Pino. Y esa precisión, esa especificidad para llamar a las cosas, es lo que más lo fascinó del Papa Francisco, particularmente de la Encícilica Laudato Si, en sintonía con el trabajo del propio Pino, Encíclica “de precisión” si las hay, directa, contundente.

 

Pino no sólo muestra la pobreza estructural de la Argentina y su relación con el modelo neoliberal desnacionalizador y privatizador, Pino también da cuenta de cómo los altos funcionarios de alguna embajada, controlaron personalmente, in situ, que el extraordinario polo de desarrollo tecnológico y misilístico de Falda del Carmen en Córdoba, cierre sus 48 edificios tal “como se había acordado”. No sólo muestra la privatización destructiva de los Ferrocarriles y sus consecuencias sociales y económicas, también da cuenta de los demenciales proyectos de privatización de las centrales nucleares y de la tecnología aeroespacial.

Pero lo mejor de Pino, retomando lo que decíamos al comienzo, es que cada vez que parece que sus documentales y trabajos nos dejan un sabor amargo por todo “lo perdido”, nos da las pistas para el rescate, detallando las grandes capacidades que aún tenemos y pueden potenciarse, en un país que es una gran caja de resonancia de creatividad y voluntad de trabajo. Si, eso somos, insisto, insiste Pino, un país con enorme capacidad, creatividad y voluntad de trabajo, tan distinto al que nos quieren convencer desde el discurso dominante de “vagancia crónica”.

Un país que desarrolló plenamente el circuito de enriquecimiento de uranio sin ayuda extranjera, o que fabrica el primer tractor a gas licuado del mundo, pero que, al mismo tiempo, como lo muestra Pino, los estudiantes avanzados de sus universidades más importantes y prestigiosas, desconocen absolutamente el patrimonio público de nuestro país, o creen que la Argentina ya no tiene riquezas.

Ése es el colonialismo mental. Ese es el “dispositivo de entrada” del desguace del potencial y las capacidades de la Argentina. Crear una “representación” desvirtuada y decadente de lo que somos, y lo que nunca podremos ser, para construir una permeabilidad para la entrega, una convicción que nada se pierde, porque nada tenemos. Nada somos. Por el contrario, ganamos eficiencia, “ingresamos al mundo” si nos explican cómo hacer las cosas. Y no hay resistencia, y nos perpetuamos en la subalternidad del orbe.

Pino detalla lo que hizo y lo que hace el INTA, el INTI, la Comisión Nacional de Energía Atómica (CONEA), el INVAP, el Instituto Balseiro, el Conicet, la biomedicina argentina, la ingeniería industrial, las Facultades, los centros de investigación, los institutos avanzados.

Y, además, muestra que eso mismo es lo que hacen y mantienen como “políticas de estado” los países del centro, los desarrollados, y la relación directa que existe entre esas políticas, y las oportunidades de salir del rol periférico en las relaciones globales.

       

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