18/04/2024 - Edición Nº1961

Editorial | 11 dic 2020

ANÁLISIS

La mirada al Sur (y el resto del cuerpo también)

Como nación mestiza no nos definimos en base a una homogeneidad étnica, ni por una lista de atributos inmóviles de cada espacio geográfico y poblacional. La “no cultura” de la que se acusa a la Patagonia es, en realidad, una enorme cantidad de culturas, prácticas e imaginarios existentes en la región.


Por:  Andrés Zanette, Lic. en Ciencias Políticas Grupo San Juan.

 

Se suele decir en otras regiones que la Patagonia Argentina es un territorio “sin cultura”, como si fuera un espacio vacío rellenado con sujetos inorgánicos. Es posible que no arroje mucho resultado aplicar a nuestra región la fórmula rápida y simplista de acumulación y promedio de atributos estéticos distintivos que resultan en los que se nos viene a la cabeza sobre lo que es y no es “porteño”, “del conurbano”, “cordobés”, “jujeño”, “entrerriano”, etc. Y para hablar con precisión y justicia, esos imaginarios rígidos y segmentados tampoco hacen mucho para definir a cada región y a “lo argentino”. Como Nación mestiza no nos definimos en base a una homogeneidad étnica, ni por una lista de atributos inmóviles de cada espacio geográfico y poblacional. La “no cultura” de la que se acusa a la Patagonia es, en realidad, una enorme cantidad de culturas, prácticas e imaginarios existentes en la región. Solo en Bariloche hay mínimo tres perfiles de la ciudad. En sus actividades turísticas, como centro de investigación, enseñanza y creación científica - tecnológica, y como la extensa red de prácticas, relaciones y necesidades propias de una población cada vez más urbanizada. Y así se pueden encontrar muchísimas actividades: industria energética, agricultura, puertos, industria electrónica, etc. Eso sólo arraigado al territorio americano sin contar los miles de kilómetros de espacio marítimo y nuestro territorio antártico. Entonces ¿qué genera esta sensación de vacío cuando miramos y recorremos el Sur?

Desde la existencia del Estado Nacional, los proyectos de desarrollo realmente ambiciosos para la Patagonia datan de la segunda mitad del siglo XX. Quizá las ideas geopolíticas del alte. Storni, las primeras exploraciones antárticas y explotaciones petroleras hayan sido los pasos preliminares del desarrollo intensivo de las nuevas capacidades y actividades en la región por fuera de la ganadería instalada después de las tomas de tierras a fines del siglo XIX. En el marco del fin de la segunda guerra mundial y el corolario de acuerdos internacionales que dieron lugar a la ONU, la presencia civil y militar en la Antártida y el Atlántico Sur pasaron a cobrar una relevancia inédita con el agravante de un imperio británico en declive que intentaba mantener las colonias que le quedaban. A su vez, el peronismo ascendía como fuerza política con una firme vocación soberana y un plan de desarrollo social. Desde las variables de geopolítica, desarrollo, y consolidación del nuevo movimiento nacional, la Patagonia entra en un proceso de expansión política, y de capacidades. Por mar se incrementaron la navegación, las campañas antárticas y las disputas insulares, por tierra se desarrolló la nueva infraestructura militar y civil en diversas actividades más sofisticadas. El proceso de desarrollo social se sella en la provincialización de los territorios nacionales consolidando la ciudadanía de la población. Estas políticas conservaron una continuidad por lo menos en su aspecto geopolítico, hasta la guerra de Malvinas que fue un duro golpe estratégico. Después del conflicto, aparte del embargo armamentístico y las sanciones económicas, Gran Bretaña reafirmó su intransigencia diplomática y con el apoyo de la OTAN instaló una militarización permanente en la colonia exacerbando el desequilibrio en capacidades en el Atlántico Sur y en la diplomacia nacional. A eso se le agrega la desfinanciación y desarticulación de la política de defensa nacional durante la década del 90’.

En el plano continental americano, durante los últimos treinta años la población patagónica se multiplicó y urbanizó tanto como se deterioraron sus capacidades de integración hacia adentro y afuera. Hay un sinfín de quejas nostálgicas, sobre la ruina del paisaje de los pueblos de la “Suiza argentina” o de la Patagonia pos toma de tierras, silenciosa y vasta, imágenes sustituidas por estructuras de cemento y el gris. En fin, es necesario reconocer que el sueño de una comarca pueblerina germanoide es un imaginario que terminó por la misma imposición de la realidad de los tiempos recientes. El malestar en la urbanización va más allá de un capricho conservador. Las ciudades patagónicas, así como son cada vez más grandes, son cada vez más desiguales. La infraestructura de servicios públicos tiende a ser insuficiente para el abastecimiento general, y el desarrollo edilicio es caótico, carente de planificación, dejando a muchas poblaciones en la precariedad. El deterioro ambiental es por tanto otro efecto derivado de la urbanización que impacta en las condiciones de hábitat y saneamiento, y un aspecto a tener en cuenta en el desarrollo de una región donde los espacios naturales son cruciales. Y sobre el desarrollo económico, tres cosas están claras: la actividad primaria y extractivista por exclusión sin una orientación al sustento de industrias nacionales más sofisticadas es una actividad vulnerable a falta de valor agregado, la misma no tiene razón de ser si no implica un desarrollo local y nacional, y desde ya, tampoco si resulta en una destrucción para el ambiente y el hábitat de la población. Entendiendo y aceptando la urbanización como un hecho irreversible hay un equilibrio a generar con el medio natural. La exacerbación de uno es la destrucción del otro y, por lo tanto, un perjuicio para la población.

Así, el desafío que tenemos por delante es hacer progreso e inclusión desde la caótica urbanización existente. El descontento en la población por los desequilibrios recientes e históricos tiene una larga data. Hablamos de la región dónde surgieron los primeros movimientos piqueteros. Se ha pasado por paros, saqueos, puebladas y enfrentamientos abiertos entre los sectores desfavorecidos y las fuerzas del Estado. Hoy son las tomas de tierras y los destrozos, que también se asocia con los movimientos de Pueblos Originarios. Frente a este último conflicto se generó un despliegue represivo que se cargó a Rafael Nahuel y a Santiago Maldonado. Más que preguntarnos qué habrán hecho o hacer uso del indigenismo blanco y culposo para blindar la moral, habría que preguntarse qué hicieron las conducciones del Estado Nacional y las élites para generar la existencia de grupos que conflictúan en una realidad común en la que conviven diversos orígenes étnicos y culturales; el qué hacer para consolidar una comunidad local real dentro de una comunidad nacional mestiza.

La destrucción de capacidades, las necesidades emergentes, y el fin de la Suiza argentina no significa que todo son malas noticias: se generaron capacidades productivas, educativas, científicas y tecnológicas en los últimos años como el caso emblemático del ARSAT. La región cuenta con muchas más universidades públicas que a principios de siglo, lo que está poniendo un freno parcial al éxodo de estudiantes hacia otras ciudades, y permite el desarrollo local de profesionales. De a poco se van generando los medios para desarrollar la vitalidad política y social del pueblo patagónico. A pesar de sus procesos de ampliación de derechos civiles y sociales, la región sigue estando en una posición políticamente desigual respecto a la relevancia de de otras regiones y provincias. Para hacer efectiva la creación y desarrollo de capacidades de la Patagonia no sólo es relevante el interés del Estado Nacional en la proyección del Sur. También es decisivo que los pueblos y dirigentes del Sur no se limiten a los intereses locales e inmediatos, y que se proyecten a nivel país en la efectivización de los intereses nacionales. No es lo mismo afirmar nuestros derechos marítimos y antárticos en los acuerdos de papel, que hacerlo con una intensa actividad económica, científica y política en estos espacios. No es lo mismo defender la soberanía nacional sobre las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur en una cumbre internacional, que hacerlo con unos cuantos buques y submarinos navegando sobre nuestra plataforma continental a fin de revertir el desequilibrio con el poder de la Britania colonial en la zona y fortalecer la diplomacia nacional. Y no es lo mismo afianzar una relación estratégica con Chile con acuerdos transitorios y particulares, que con una visión panorámica de desarrollo. La existencia de la Patagonia, la Antártida Argentina, y las extensiones marítimas e insulares soberanas implica una responsabilidad política de realizar a la comunidad organizada y el bien común en sus aspectos civiles, poblacionales y sociales, así como la defensa e impulso de los intereses nacionales. El desarrollo de las capacidades tiene una función nacional y local, del mismo modo que una condición popular en sus aspectos sociales y políticos. Un centro turístico, una fábrica, un yacimiento, una universidad, una base militar cumplen el papel de garantizar el bienestar común y el perfeccionamiento del país como de la región colectiva e individualmente.

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