19/04/2024 - Edición Nº1962

Sociedad | 1 ago 2009

Soldaditos de plomo

Mientras los juicios por el terrorismo de estado marchan a fuego lento, ninguna señal asoma desde las Fuerzas Armadas que coopere con el juzgamiento de los genocidas. A esta altura es evidente que los uniformados siglo XXI sólo cumplen formalmente con algunas de las instrucciones de la ministra Garré, pero que en el interior de los cuarteles la oficialidad joven defiende un silencio preocupante. Una buena idea, para empezar, sería llevar a los jóvenes cadetes a presenciar las audiencias orales y escuchar los testimonios del horror.


Por Pablo Llonto

¿Qué piensa hoy un militar argentino de los juicios por violaciones a los derechos humanos? No estaría mal hacerles esta pregunta a los centenares de oficiales y suboficiales que guardan silencio sobre temas del pasado y del presente de nuestro país. Respuestas que deberían hacerse públicas para entender por qué ocurre lo que ocurre en el trámite de estos juicios, convertidos en la última oportunidad que tiene nuestra justicia de hacer realidad un anhelo: castigo a los culpables.

Los intentos de la ministra de Defensa y su equipo para cambiar la mentalidad fascista y discriminatoria que abunda en las Escuelas de todas las fuerzas, chocan con siglos de formación, bibliografía, tradiciones y familias que lograron unas Fuerzas Armadas que aún dan escalofrío.

Pese a la prueba contundente que abunda en los pocos juicios orales que se han llevado a cabo en siete provincias del país, el rol cumplido por los militares de ayer es aún encubierto por los militares de hoy.

No ha nacido aún el coronel del ejército, capitán de navío o quien pueda ser citado a un juicio como “testigo de concepto” para brindar detalles (desde una perspectiva histórica) sobre la organización represiva del Plan de Exterminio que se puso en marcha el 24 de marzo de 1976, y aún antes.

El debate mínimo que debería fomentarse entre los militares (discusión de la barbarie cometida en sus ámbitos, participación en foros, intervención libre en medios de comunicación) no es una prioridad en la estructura burocrática y colmada aún de privilegios que permanece entre nosotros. Intenten hablar, por ejemplo, de objeción de conciencia en una sede militar y verán qué sucede.

El más famoso de los politólogos franceses que se dedicaron a la Argentina, Alain Roquié, ha dicho hace poco que Argentina tiene serias dificultades para estabilizar su sistema político porque “cincuenta años de militarismo ejercieron una enorme influencia, sobre todo tratándose de un militarismo que no fue demasiado iluminado”.

¿Estará la clave en aquellos cincuenta años de militarismo?

Quizás debemos prestarle atención a las reflexiones de Patricio Porn, el novelista de “El comienzo de la primavera”, quien le hace decir a uno de sus personajes“(…) nunca pude dejar de ser alemana, de arrastrar conmigo esa identidad de la que nadie puede desprenderse, como una mancha de nacimiento o los estigmas de un santo”. Dice Porn en un reportaje de Juan Terranova que a los alemanes y argentinos nos une “la crispación y el entusiasmo para involucrarse en todos los proyectos totalitarios que se cruzan en el camino, aún en detrimento de lo que dictan el sentido común o la experiencia”.

Desde que se iniciaron los juicios por delitos de lesa humanidad, jamás se nos ha pasado seriamente por la cabeza a los abogados de Derechos Humanos citar a otro militar que no sea uno de los veteranos integrantes del Centro de Militares por la Democracia Argentina (CEMIDA). Son siempre ellos (Ballester, García) quienes aportan sus también veteranos conocimientos para explicarles a los jueces cómo funciona un Estado Mayor, qué significan las siglas JI, CDD, o cuál es el alcance de las palabras Central de Reunión.

¿Por qué no existe un Centro de Estudios Militares que haya estudiado la doctrina militar de la represión?, ¿por qué no hay bibliografía crítica de algún militar nacido en los años 80 que ponga el dedo en la llaga de los represores?

Ni que hablar del asunto archivos. Si bien podemos destacar la enorme diferencia entre la velocidad con que el Ejército entrega documentación, frente a la lentitud y desfachatez de la Armada y Fuerza Aérea, se trata simplemente de una documentación que podemos llamar “de superficie”, ya que aún seguimos esperando el día histórico en que algún uniformado se disponga a revelar el lugar secreto en el que se amontonan miles de microfilmes con la actividad represiva, los listados de desaparecidos y asesinados, las fichas de los “vuelos de la muerte”.

Sin desconocer razones más particulares (en general, muchos de los hijos, sobrinos y nietos de los genocidas se encuentran cursando la carrera militar), es cierto que el perfil de quienes hoy ingresan a las Fuerzas sigue alejado de los fundamentos filosóficos que podrían contribuir a otro tipo de sociedad militar. No estaría mal, en ese sentido, que los cadetes de las distintas escuelas tuviesen como parte de su formación la materia “Juicios”, para que durante un año o más presenciaran las audiencias que se desarrollan en todo el país y en las que se conocen detalles íntimos de la barbarie. Esos detalles incluyen momentos cotidianos de la vida castrense en los que pueden verse reflejados.

Aún quedan muchos años de juicios (el pronóstico del juez platense Carlos Rozansky, “cien años de juicios”, parece corto) y la posibilidad de que unas cuantas generaciones de argentinos tengan al genocidio como tema de diálogo y debate en sus mesas. Si los argentinos mantenemos la voluntad anti-impunidad que ha caracterizado a buena parte de nuestra sociedad desde comienzos de los 80 a esta parte, resulta imprescindible que éste y otros gobiernos abandonen ciertas tolerancias con los militares. Medidas como la degradación y el retiro de la jubilación privilegiada de miles de represores resultan imprescindibles a esta altura del siglo.

Es un bochorno ver a militares de hoy saludar y servir a genocidas de ayer, cuando la justicia les ordena ir a buscarlos a sus prisiones VIP (casas en los barrios de Belgrano y Núñez o palacetes en los countries) para trasladarlos hasta Tribunales. “Pase por acá, mi general”, es una frase habitual en esos traslados. Gestos como estos y muchos otros otorgan muchos argumentos a favor del antimilitarismo.

Hasta entonces, el ejército popular que entusiasmaba al pequeño Víctor Heredia de la canción continúa en estado de utopía.

 

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