16/04/2024 - Edición Nº1959

Sociedad | 1 ago 2009

El mundo cotidiano de Kechiche

Galardonada con los premios César en Francia y vencedora en el Festival de Venecia, “Cous cous, la gran cena” de Abdellatif Kechiche, nos presenta la difícil situación de los inmigrantes a través del mundo cotidiano, donde la familia puede ser el último refugio o el comienzo de la debacle.


“Cous cous, la gran cena”

Por Joaquín Almeida

Si los hombres de clase media baja comprendieran todo lo que tienen en común uno con otro, sin importar el lugar geográfico en el que se encuentren, no sería tan difícil de comprender aquello de “trabajadores del mundo, uníos”.

Al ver una película como “Cous cous, la gran cena” de Abdellatif Kechiche, segundo largometraje de este autor estrenado en Argentina, uno podría intercambiar la costa del Mediterráneo francés por el Río de La Plata y en lugar de inmigrantes magrebíes, que fueran peruanos o bolivianos.

Dramas comparables, problemas laborales, delincuencia, desconfianzas similares, segundas generaciones con papeles legales pero, de todas maneras, percibidos como diferentes.

La última película de este director franco tunecino nos muestra a la familia del inmigrante en toda su complejidad cotidiana, ruidosa, contradictoria y sobre todo, protagonista.   

 Juegos de amor y azar

 En “Juegos de amor esquivo” (L´esquive, 2003), Kechiche situaba su historia entre edificios de monoblocks parisinos, donde se agolpaban las nuevas generaciones de hijos de inmigrantes. Con documentación europea, pero aún identificados como extranjeros, los chicos del barrio tratan de pasarla lo mejor posible entre la escuela y la policía.

Filmada con jovencísimos actores no profesionales, el director logra un nivel de intimidad y de caracterización de los personajes que asombra. La cámara en mano se mueve entre los adolescentes que hablan y hablan en un francés entrecortado por palabras típicas del barrio. Los diálogos se pisan unos con otros, como las conversaciones de los chicos a la salida de la escuela, todos gritando a la vez, mirando y siendo mirados por sus compañeros de clase o pidiendo con desesperación un celular con crédito para llamar a un amigo.

La rubia Lydia (Sara Forestier) es la encargada en la escuela de llevar adelante la obra “Juegos de amor y azar”, del autor clásico Jean Marivaux, en el que se basa Kechiche para realizar el film.

El joven Krimo se enamora de Lydia y ante su imposibilidad de decírselo tanto a ella como a su novia, decide participar de la obra en el papel de Arlequín, para tal vez aprovechar las palabras del romántico Marivaux. Pero Krimo es tímido y callado, totalmente opuesto a un actor que debe repetir líneas galantes a una joven del siglo XVIII.

La novia, Lydia y sus amigas, entre ellas una que también parece estar interesada en Krimo, agobian al joven galán,  quien pasa a un segundo plano frente a la fuerza de las mujeres que exigen decisión y acción tanto en los ensayos como en el juego esquivo de la realidad.

 Así, Kechiche logra lo que es tan difícil para otros. Hablar de problemas sociales, sin la necesidad de caer en frases altisonantes o situaciones que desbordan sobreactuación, y se libera de esta manera del cliché televisivo o del cine sólo con buenas intenciones.

El chequeo y arresto de los chicos que están vagando por el barrio, al igual que lo hacen los chicos del conurbano bonaerense, es exhibido como humillante pero no excesivo. La cámara no apunta a los rostros de los policías, sino ante todo al de los chicos que lloran por miedo o impotencia.

No obstante,  esas situaciones son al fin y al cabo contextuales de las relaciones entre los adolescentes, que como todos los otros, de todas las clases sociales,  buscan experimentar en el amor. Es a ese punto donde Kechiche se dirige, a las relaciones personales cotidianas, convencionales, en un contexto socio económico adverso.

 La mula vieja


“Cous cous, la gran cena” (cuyo título original es “La graine et le mulet”,  textualmente  “El grano y la mula”) aparece como la historia de Slimane, un inmigrante magrebí de 61 años y sus dos familias. En el film se juega su destino, entrecruzado por sus dos mujeres, sus hijos y su futuro.

Y como en un cuento de las mil y una noches, pero anclado en la Francia contemporánea, no faltan extraños presentimientos, la mala suerte, el mal de ojo, la envidia o la mucho más terrena casualidad, que transformará el film en una potente mezcla de suspenso y drama.

Luego de trabajar en un astillero por muchos años, su patrón decide que ya es tiempo de acortarle los horarios, porque no termina sus tareas lo suficientemente rápido.

Cuando Slimane le recrimina al capataz que no le reconocen la totalidad de los años aportados, aquél sólo le atina a responder: “Nosotros tomamos esto en el 90”. El viejo inmigrante, la mula encargada de desguazar barcos por décadas, tiene que elegir: o menos paga o un retiro reducido.

Así nace la idea de poner un restaurante en un oxidado barco, donde servir un típico cous cous con pescado que prepara su primera esposa, y en el que participa toda su familia. Un emprendimiento que llevará a unirlos o definitivamente separarlos.

Con el objetivo de conseguir fondos para llevar adelante el restaurante, Slimane se embarca en una gran cena presentación, con invitados de la colectividad, empleados del banco a los que solicita un préstamo y otros colegas del rubro gastronómico.

Al igual que en su película anterior, las mujeres toman la delantera ante un Slimane dubitativo, un tanto superado por personajes que hablan y hablan y no pueden callar aquello que piensan. Ellas terminan resolviendo cuestiones donde los hombres se estancan o simplemente fracasan.

En el ejemplo más desesperado y cruel, mientras el viejo corre de un lugar a otro sin llegar a nada, cuando el filme despunta su momento crítico, la hija de su segunda esposa (interpretada por la asombrosa y bella Hafsia Herzi, revelación en el Festival de Venecia)  baila una danza árabe para apaciguar a los comensales.

El gran logro del director es sumergirnos de lleno en las entrañas de una familia que,  sentada en una larga mesa un día domingo, parece tan local como tan lejano a nosotros es el cous cous.

Es ese formidable trabajo de acercamiento, donde la edición cumple un papel fundamental para seguir el trabajo de los actores, el que nos desliza hacia la película más tensa de Kechiche.

En todo el último tercio del film se entremezclan acciones paralelas y un fuerte dramatismo, que en alguna ocasión derrapa  hacia resoluciones un tanto desaprovechadas, frente a la solidez de lo que se venía proponiendo.

Kechiche nos demuestra que la casualidad, las decisiones que toman los hombres, aquello que muchos llaman suerte, constituyen una variable fundamental en el desarrollo de los acontecimientos y que no todo queda en manos de la situación socioeconómica, que también nos condiciona.

“Cous cous, la gran cena” es una película de pertenencias, de partidas y llegadas a un lugar hostil y promisorio a la vez, un sitio donde la familia aparece como el entorno ideal para sentirse protegido, o tal vez tan sólo como recién llegado.

 

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