28/03/2024 - Edición Nº1940

Internacional | 1 jul 2009

Teatro de operaciones

Barack Obama pidió la reanudación del proceso de paz entre palestinos e israelíes. Es un intento de Estados Unidos de controlar la alianza que mantiene con Israel para que no se cometan las locuras que caracterizaron a la presidencia de George Bush.


Obama, Netanyahu y Oriente Medio

Por Diego Otondo

  Comenzó, nuevamente, la función. Se bajó el telón y “dos estados” irrumpieron en el mapa político internacional: Israel y Palestina en el horizonte, como buenos vecinos en un ambiente cordial. Palabras y objetivos que se repiten. Como todos los presidentes norteamericanos, Barack Obama – tras la reunión que mantuvo con el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu- también abogó por la paz, la constitución de dos estados y el fin de la ocupación. Sin embargo, la constitución de un Estado palestino sigue siendo un problema cuya resolución no muestra expectativas de alcanzarse. Pero en este caso, las premisas de la Casa Blanca apuntan a que la derechización del gobierno israelí no actúe de manera tal que los recuerdos de Gaza sean olvidados por nuevos acontecimientos de mayor magnitud.

El peligro

  Los tres ítems planteados por Obama siempre fueron temas de fondo. En este sentido, Estados Unidos sabe que tiene la responsabilidad –casi exclusiva- como mediador de completar la ruta sin ejercer su eterna parcialidad hacia Israel. Pero la tarea del presidente norteamericano es, ahora, rescatar al Estado israelí de locuras potenciales que incluyen a Irán –invasión- y de mantenerlo sereno para no poner en peligro la alianza estratégica. Porque “los Estados Unidos son la única influencia externa sobre Israel que pueda afectar a sus cálculos militares”, expresa el analista Paul Rogers.

  El intento norteamericano lleva consigo la posibilidad de mostrar otra cara, menos burda y explícita que la de George Bush. Éste, como argumenta el periodista Gideon Levy, “fue fácticamente el presidente menos amigo que Israel haya tenido, uno que permitió que llevara a cabo todas sus violentas locuras”. En definitiva, se trata de la responsabilidad esbozada por Obama con respecto a las guerras: evitar conflictos que pongan en duda la capacidad “moral” de los EEUU y de sus aliados para guiar al mundo, evitar que se precipiten “guerras estúpidas”.

“Nuestro punto de partida siempre debe ser un compromiso claro y sólido con la seguridad de Israel, nuestro aliado más fuerte en la región y la única democracia allá establecida”, escribió Obama en 2007 (Revista Foreign Affairs). Siguiendo a Levy, el problema de los asentamientos y su construcción debe preceder hoy a Irán y su programa nuclear. Significa, como lo proclama Obama, estimular alianzas para la renovación del liderazgo estadounidense pero a través de la prudencia. Haber pedido un Estado palestino no es otra cosa que un intento para calmar los ánimos que provocaron que la tregua se rompiera, luego de los acontecimientos ocurridos en Gaza y de la tregua declarada entre Israel y Hamás.

Es también, en el último de los casos, una condición sine qua non para los Estados Unidos y para que el Estado gendarme en Oriente Medio siga actuando como tal, para que el problema iraní no conduzca a decisiones equivocadas, siendo la guerra de Irak un espejo para escenarios futuros.

Israel por su parte, con todo el poder en sus manos, condicionará cualquier negociación siempre con la espada como estandarte. La seguridad es siempre el eje sobresaliente. Por ello, Netanyahu ha dicho en la Universidad de Bar-Ilan que un Estado palestino sólo es viable si se concibe como desmilitarizado. “Comprendo que necesiten una fuerte policía y un aparato de seguridad y nosotros apoyamos eso, pero no necesitan tanques, artillería o cohetes”, aseguró el primer mandatario.  

Negocios

  El nacimiento de un Estado palestino ya tiene los resultados de antemano para su negociación: Israel será el que determine las condiciones y dé las características apropiadas a su vecino para evitar que su seguridad sea comprometida. Al respecto, tanto Hamás como la Autoridad Nacional Palestina han negado la precondición establecida por el primer ministro Netanyahu, condición que es una continuidad en la esencia israelí.

  Según el ministro del interior israelí Uzi Landau, la creación de un Estado palestino sería como tener un Irán en territorio propio. Landau, en la comparación, está manifestando la propia supervivencia de Israel como Estado y el peligro que conllevaría la autodeterminación del pueblo palestino.

  Hace poco tiempo, el diario israelí Haaretz publicó un artículo firmado por la periodista Amira Hass, titulado “Israel sabe que la paz no es rentable”. Desde un punto de vista económico, Hass expresa que la industria de la seguridad es un “importante sector de la exportación”. Tanto las armas como las novedades bélicas se utilizan en Gaza y Cisjordania para su prueba y experimentación y, al mismo tiempo, como protección para los asentamientos allí instalados.

  Para Israel la paz significaría poner en tela de juicio un proyecto basado en la fuerza militar y en el unilateralismo. “Si hubiera paz, sus oportunidades de desarrollarse se verían en gran medida reducidas”, afirma la periodista israelí. Asimismo, tanto Palestina como Israel tendrían que compartir un elemento vital y estratégico: el agua.

  El fin de la construcción de los asentamientos implicaría para Israel cambiar la dirección de su política estatal. Dice Hass: “Las colonias florecen mientras el estado del bienestar se reduce. En ellas se les ofrece al ciudadano lo que sus salarios no les permitirían tener en un Estado de Israel con sus fronteras del 4 de junio de 1967: tierras baratas, casas amplias, subvenciones y exenciones, grandes espacios abiertos, vistas, una red de carreteras magnífica y educación de calidad”.

   Hay, por lo tanto, una conexión entre la visión económica de la seguridad, su ejecución y los resultados políticos que se retroalimentan. De la misma manera, Estados Unidos observa el conflicto para extraer conclusiones militares acerca de cómo luchar contra “grupos terroristas” y así exportar los conocimientos israelíes a Afganistán o Irak. La interdependencia entre ambos se superpone a los deseos y a los buenos augurios que la figura de Obama representa.  

Viejos recuerdos

  Las concesiones y las negociaciones no están en el vocabulario de Netanyahu, ni estuvieron en el gobierno de Sharon u Olmert. Tanto el primero como el segundo son hijos predilectos de la violencia: los atentados de Hamás catapultaron en 1996 al actual primer ministro, mientras que la Intifada en el año 2000 le dio una oportunidad a Sharon. La invasión a Gaza, por su parte, días antes de las elecciones celebradas el 10 de febrero de 2009, direccionaron la intención electoral hacia la derecha más extrema, volviendo Netanyahu a ocupar el cargo de primer ministro.

  No reconocer los acuerdos de Anápolis de 2007 y no terminar con la ocupación son, aunque poco novedosos, los objetivos actuales que se distancian de las formalidades políticas expresadas por Obama. Porque la idiosincrasia de Netanyahu –de la política israelí, en realidad- lo lleva a popularizar pretéritos métodos utilizados. Como explica Ignacio Ramonet en su libro “Guerras del siglo XXI”: el primer ministro en 1996, luego de ganar las elecciones, “bloqueó las negociaciones, saboteó los acuerdos de Oslo, violó las resoluciones de la ONU y, mediante una política de bloqueos y fomento de la colonización, agravó la situación material de los palestinos hasta límites insoportables y, en no pocos casos, los empujó a los brazos de organizaciones armadas, hostiles a su vez a los acuerdos de Oslo y partidarias del terrorismo”.

  La famosa Hoja de Ruta constituida por EEUU, la Unión Europea, Rusia y Naciones Unidas en junio de 2003 fue el camino propuesto para comenzar a preparar un Estado palestino independiente. Ariel Sharon la aceptó, pero también siguió con las incursiones militares a través de las Fuerzas de Defensa de Israel. En este sentido, la retirada unilateral de Gaza por parte de Israel envió un mensaje muy claro: las decisiones no se comparten ni se socializan.

   Tras el derrame cerebral que sufrió Sharon, el 28 de marzo de 2006 Ehud Olmert fue proclamado primer ministro. No significó un cambio en las políticas israelíes, sino todo lo contrario. La invasión a Líbano coincidió con los preceptos en boga tras los atentados a las Torres Gemelas. Al mismo tiempo, un mensaje a Irán de manera indirecta atacando al Hezbollah libanés, protegido por el régimen iraní. Olmert también se negó a negociar con la Autoridad Palestina el estatuto definitivo de los territorios ocupados. Luego, para ponerle un sello a su mandato, la brutal invasión a Gaza, de la cual poco y nada hizo o dijo Obama, entre otras cosas porque fue una operación conjunta.              

El deseo de vender

  Los petitorios del presidente norteamericano coinciden con una reestructuración en la forma de mostrarse ante el mundo: salida elegante de Irak, nuevo proceso de paz para Oriente Medio, viraje económico con mayor participación de un Estado contralor, y una “nueva” relación con América Latina. En esta visión de apertura que intenta dar Estados Unidos, Israel no puede ir a contramano.

  “La más notable y atrevida reforma introducida en la política estadounidense por el presidente Barack Obama no concierne a Irak, ni a las torturas de Guantánamo, ni a Cuba, ni a la Unión Europea, sino a Israel”, sostuvo Mario Vargas Llosa en el diario El País el 31 de mayo pasado. ¿Por qué Obama se atreverá a entrometerse en la esencia del Estado de Israel, siendo que éste es funcional a sus intereses?

  La atrevida reforma que Vargas Llosa le atribuye a Obama y a su gobierno sólo es una expresión de deseo en un panorama más complicado en lo general. Si la situación se modificara, también lo haría el status quo de Oriente Medio. Cualquiera sabe que el nacimiento de una Palestina autónoma sería el nacimiento para Israel de un enemigo, y que la negociación para dicha tarea debería tener en cuenta a todas las fuerzas políticas, incluyendo a Hamás.

  Para que esto no ocurra, es necesario simplemente poner a Israel en un impasse, para poder reconsiderar cuestiones relativas al equilibrio regional: Irán, Irak, la frontera con Líbano y Siria. En ello se basa la “política de paz” anunciada por Obama. En un sentido general, reordenar las piezas que la administración Bush voló por los aires con la Doctrina de Seguridad Nacional, siempre recordando que la guerra contra el terrorismo sigue en pie.

La “solución” que implica una invasión a Irán está latente, e Israel es uno de los posibles escuderos para ello. El 7 de enero de 2009, The London Sunday Times escribió que “Israel ha elaborado planes secretos para destruir las instalaciones de enriquecimiento de uranio de Irán con armas tácticas nucleares. Dos escuadrones del ejército del aire israelí entrenándose para hacer explotar una instalación iraní utilizando «bombas anti-búnker» nucleares de bajo rendimiento…” (Israel reafirma su supremacía en Oriente Próximo, de Gaza a Teherán, James Petras, Rebelión.org).

  El ex enviado del Departamento de Estado a Irán, Denis Ross, sugirió que las políticas duras sean militares o en lo concerniente a la contención real, éstas serán más creíbles si las diferencias con el régimen iraní se resuelven de una forma seria y responsable. Ferviente defensor de la posición israelí, Ross fue reemplazado por George Mitchell que entona con la visión más morigerada de la Casa Blanca. Pero son las premisas de Ross las que impregnan el camino a recorrer.

  En resumen: el plan de Obama intenta ofrecer una visión más realista y prudente en el mundo. Para ello es necesario que un Estado como Israel esté en sintonía con los Estados Unidos. La apertura del diálogo con los palestinos presupone el alivio de las tensiones, aunque la seguridad y sus diferentes aristas para Netanyahu y para su Estado sean la precondición inexorable para cualquier plan futuro. Futuro que mostrará si Israel está al servicio del imperio o viceversa.    

Otra mirada

  Ephraim Halevy, antiguo jefe del Mossad israelí y asesor de seguridad nacional de Sharon, exhibe un panorama diferente: “ellos (Hamás) saben que en el momento en que se establezca un Estado palestino con su cooperación, serán obligados a cambiar las reglas del juego: tendrán que adoptar un camino que les lleve lejos de sus objetivos ideológicos originales”. La violencia es aquella que en definitiva acalla cualquier proceso político. Gaza ha estado presente en este aspecto aún cuando fueron retirados los colonos en el gobierno de Sharon. La táctica fue y es un congelamiento político, de aquí las tendencias unilaterales de proponer un Estado palestino desmilitarizado. Si Hamás vuelve a su objetivo original, los pretextos para terminar con él se esfumarían, la esencia israelí tendría pocos justificativos para su accionar.

Percepción

   Comienza a circular en Israel una percepción negativa de la administración que hace unos pocos meses iniciara Barack Obama. Una encuesta realizada por la firma Smith Research para el diario Jerusalem Post afirma que el 6 por ciento de los israelíes consideran a Barack Obama como pro israelí, mientras que el 50 por ciento lo considerara pro palestino.

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