19/04/2024 - Edición Nº1962

Sociedad | 1 jul 2009

El artista soy yo

“Cada hombre, un artista”, dijo Joseph Beuys, y es una de las tantas premisas de las que se vale la película El artista para generar preguntas, muchas de las cuales no poseen una única respuesta.


Por Joaquín Almeida

Los realizadores Gastón Duprat y Mariano Cohn son una dupla única en el espacio cinematográfico de nuestro país. Desde hace 10 años vienen trabajando juntos en diferentes proyectos que van del video experimental a los documentales Enciclopedia (1999) y Yo Presidente (2006).

También idearon y llevaron adelante el canal Televisión Abierta, que nos mostró que la tele podía ser mucho más de lo que creíamos nosotros, que tan acostumbrados estábamos al modelo tradicional.

Hay además otro Duprat, Andrés, hermano del director, que es arquitecto, curador y que se desempeñó como director del Museo Municipal de Bellas Artes de Arte Contemporáneo de Bahía Blanca, y luego como curador general del Espacio Fundación Telefónica en Buenos Aires.

Fue este Duprat quien realizó el guión original de una película destinada a producir interrogantes sobre el hacer artístico, la obra y sobre aquellos que la legitiman.

¿Quién es artista?

“No está mal decir que uno es un artista, eso no significa que seas bueno o malo. Nadie duda en identificar a alguien como mecánico o plomero”, más o menos dice alguien en la inauguración de la muestra de Jorge Ramírez.

Ese Ramírez, interpretado por el cantante Sergio Pángaro, es un joven enfermero que en un hospital neuropsiquiátrico atiende a Romano, un hombre que no habla, pero que cuando lo ponen frente a un papel comienza a dibujar como un poseído.

Romano es el escritor Alberto Laiseca, quien había trabajado con los Cohn-Duprat en el programa Cuentos de Terror, donde relataba clásicos del miedo, solo, sentado en un entorno de penumbras.

Romano tiene como compañeritos de hospital a León Ferrari, también productor del film, ganador de la Bienal Internacional de Arte de Venecia en 2007 y considerado uno de los más importantes artistas plásticos del mundo, al escritor Rodolfo Fogwill y al Director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, quienes miran completamente embobados un televisor que no deja de pasar Televisión Abierta, en una de las salas del hospital.

De ese entorno lo saca Ramírez, cuando presenta los trabajos de Romano en una galería de arte de Palermo. Cuando las obras se empiezan a vender, lleva al viejo en silla de ruedas a vivir a su casa y presenta los dibujos de Romano como si fueran suyos. A partir de ese momento, Ramírez se transforma en el artista plástico del momento.

Nunca vemos lo que hace Romano (¿será la obra que aparece en el afiche de la película?), aunque lo intuimos a partir de los gestos que realiza al dibujar, o por los comentarios del curador (el mismo Andrés Duprat) cuando mira y describe aquello que el enfermero presenta como propio.

Esos trazos, o grafismos, tan parecidos a la obra de Ferrari, aparecen como subjetivas en un recurso genial al momento de entender al público de la muestra como interpelado por la obra.

En El artista, la obra “mira” al espectador y el público en la sala “mira” a través de ella. Entonces, como voyeurs, podemos ver la manera que tienen los diferentes visitantes de la muestra de interactuar con la obra, ya sea como conocedores críticos intelectualizados o simples pasantes, que disfrutan más el hecho de participar del evento que el de observar.

¿Quién determina lo que es arte?

Ramírez no tiene la menor idea de historia del arte, no conoce a otros artistas, ni sabe cómo pintar un cuadro. Cuando consigue un libro sobre teoría del arte, lee en voz alta para Romano sobre el famoso mingitorio de Duchamp.

A principios del siglo XX, Marcel Duchamp presentó un mingitorio como obra de arte en un concurso. El hecho generó un gran escándalo porque la obra, además de ser un objeto de un baño, no había sido confeccionado por el artista. Es decir, Duchamp había comprado el objeto en una tienda, lo había firmado (en realidad con otro nombre: Mutt) y lo había presentado al concurso.

Lo que había hecho Duchamp era convertir un objeto corriente en obra de arte, con el solo acto de seleccionarlo, siendo él un artista y presentándolo como tal. No era el aspecto técnico lo que prevalecía, sino el concepto.

“Entonces”, reflexiona Ramírez, “si yo tomo por ejemplo un teléfono y lo presento en un museo, ¿eso es una obra de arte?”

No es tan fácil, aunque a Ramírez el ascenso se le vuelve meteórico. Es ahí cuando aparecen los legitimadores institucionales. Los críticos discuten los trabajos de Romano, los galeristas comienzan a venderlo, el curador agrega nuevos significados y todo el campo artístico cae a los pies del falso creador.

Si el significado de una palabra es resultado de la lucha por el sentido que diferentes actores realizan sobre ella, la obra de arte, devenida lenguaje, es también resultado de una disputa. Hoy se discute a nivel internacional, político y académico qué entendemos, por ejemplo, por terrorismo o aborto. Si hay una voluntad de poder sobre esos significados, ¿por qué no lo va a haber con el arte contemporáneo?

¿Qué es una obra de arte?

 Ramírez se vuelve tan indiscutible entre esos legitimadores, que cuando habla nos recuerda a Chance Gardiner, el personaje interpretado por Peter Sellers en Desde el Jardín.

Cuando un grupo de galeristas le pregunta cómo se inserta él en el contexto de los otros artistas latinoamericanos, Ramírez hace una larga pausa y responde “¿qué artistas?”, lo que provoca un estallido de risas entre el grupo, que interpreta una genial y ácida intervención por parte del artista.

Durante el film transitan una gran cantidad de representantes del mundillo del arte en Argentina: pintores, gestores culturales, dueños de galerías de arte, funcionarios, críticos. El artista se vuelve una vidriera y a su vez un mirarse a sí mismos en formato cuestionador.

La ficción se vale de no actores, quienes se interpretan a sí mismos, con una manera de expresarse que nunca suena impostada. La película utiliza la descripción documental que caracteriza a Cohn-Duprat, otorgándole un matiz particular a la representación de la historia.

Siguiendo la creencia de que cualquiera puede ser un artista, cuando Romano deja de pronto de dibujar, Ramírez copia sus trabajos. Para el curador, esa obra nueva que Ramírez le presenta no contiene la fuerza que las otras tenían. Para el galerista -y aquí el guión le hace un guiño al saber académico- está perfecta y le pide más porque necesita vender en la próxima feria de arte.

Nunca sabremos si el Romano de Laiseca es en realidad un artista o lo que hace lo hace de manera automática. ¿Esos dibujos son el resultado de un trabajo intelectual, cuyo germen es el inconsciente, o simplemente son juegos, trazos al azar de un loco?

Con un encuadre que genera un fuerte impacto visual, donde la pantalla pareciera dividirse por momentos en simetrías y desequilibrios en otros, El Artista es una película que pretende generar preguntas, antes que respuestas. Nos invita a ser parte de la pelea, a participar en la discusión acerca de qué es el arte, acompañando los interrogantes de Cohn-Duprat, devenidos ahora, más que nunca, artistas.

 

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