26/04/2024 - Edición Nº1969

Sociedad | 1 sep 2009

1979: Septiembre de hierro

Treinta años atrás, la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos se convertía en un acontecimiento que podía poner en jaque la impunidad de la dictadura. Sin embargo, el rol de la prensa argentina fue tan cobarde (a no ser por una excepción), que entre el fútbol y los periodistas más famosos las miles de denuncias fueron nuevamente silenciadas.


Por Pablo Llonto

 

También estaban los hombres. Esposos, hermanos, hijos. Todos dispuestos a no dejarse impresionar o aturdir por una de las campañas más vergonzosas que haya protagonizado el periodismo en el mundo.

Septiembre de 1979. Asombrada por la magnitud del horror que contenían las cartas y presentaciones que llegaban desde la Argentina, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos (OEA) decidió viajar hasta nuestro país para verificar la barbarie. Al llegar, observaron con perpleja admiración a esas mujeres y hombres ignorados por las mayorías.

Aguardaban, no en silencio, el momento en que se abrieran las puertas de avenida de Mayo 760, a cuatro cuadras de la Plaza, para que funcionarios de la OEA les tomaran una declaración o les recibieran los escritos de denuncia.

La escena se repetiría en dos hoteles de Córdoba y Tucumán.

La estética televisiva de entonces afeaba nuestros hogares. Extraviados en las zonceras de una programación armada por el coronel Enrique Santos Paradelo, el capitán de aeronáutica Jorge Alberto López y decenas de censores militares y civiles, el Estado le pagaba 30.000 dólares por mes a Mirtha Legrand para que almorzara y adornara la mesa de los dictadores. Personajes como Carlos Montero y Horacio Larrosa manejaban la desinformación de los argentinos y contrataban a Fernando Bravo, Silvia Fernández Barrio, José Gómez Fuentes, Lucho Avilés, Mónica Gutiérrez. En esos tiempos, los argentinos creíamos que el show de Velasco Ferrero era un programa.

Para entonces se jugaba el Campeonato Mundial Juvenil de Fútbol en Japón. Maradona no sólo era la estrella de ese equipo, también se había transformado en el responsable de que millones de argentinos madrugaran para ver la belleza adolescente de unos atorrantes que jugaban mejor que los mayores. Fue para muchos el equipo de mayor “jogo bonito” que tuvimos en la historia.

Una voz retumbaba en todos los rincones del país (por entonces radio Rivadavia era lo que hoy nos atosiga desde radio Diez) con el maldito latiguillo de que “los argentinos somos derechos y humanos”. Se lo usaba casi como un grito de guerra para responder a los ecos que, desde Europa, desde el exilio, traían palabras que combinaban tormentos, desapariciones, centros clandestinos.

En el país del no me importa José María Muñoz, el relator más famoso y accionista de la radio, se preocupaba por llevar tranquilidad…a los cuarteles. Convencido de que Videla era un buen hombre y mejor presidente, se encargó de enseñarnos que el camino a seguir era ir a la Plaza.

Pero no a la Plaza para acompañar a los familiares. A la Plaza para – con la excusa de festejar un mundial – darles una demostración de argentinidad a los visitantes de la Comisión.

Oscar Raúl Cardoso, periodista de Clarín y militante peronista, advirtió que la maniobra encubridora y la utilización del fútbol como manta que tapara la realidad de la muerte era demasiado escandalosa.

 Indignado por la borrachera antiderechos humanos que brotaba de los aparatos, Cardoso llegó a la redacción de Clarín y reclamó un espacio para contar aquello que figuraba en sus apuntes. Peleó espacio y se lo dieron. El artículo merece ser rescatado de los archivos como ejemplo del coraje periodístico. Se llamaba “La convocatoria”: “...en rigor la planificación de la jornada se había iniciado un día antes - el jueves - Cuando por separado José María Muñoz (Rivadavia) y Julio Lagos (Mitre) expusieron durante sus emisiones la idea de desarrollar un festejo popular en las calles. Lagos propuso que esa celebración se llevara a cabo cualquiera fuese el resultado del encuentro futbolístico, proponiendo el slogan ‘gane o pierda, Argentina ya ganó’...Muñoz explicó “vayamos todos a la Avenida de Mayo y demostremos a los señores de la Comisión de Derechos Humanos que la Argentina no tiene nada que ocultar”.

Pero Muñoz no fue el único. A Muñoz lo secundó todo el periodismo nacional, y una mujer que por entonces era Mónica y luego siguió siendo Mónica. Mónica Cahen D’anvers, la figura de la TV que nos entretenía con la inocencia de quien no distingue botas de votos. Su programa se llamaba Mónica Presenta.

Una cuadrilla de servicios de inteligencia se calzaba trajes y credenciales falsas de periodistas y fotógrafos y escrachaba a los familiares. Esos civiles aún no pagaron sus culpas. Los familiares, en avenida de Mayo, eran insultados por algunas personas que “entendieron” el mensaje de Muñoz y sus amigos. Mucha gente creía que así se lograba llegar al paraíso de la nacionalidad argentina.

Tampoco faltó la imaginación al servicio del mal. La revista Para Ti de Editorial Atlántida, manejada por los Vigil, inventó un reportaje a una madre de desaparecidos que estaba secuestrada en la ESMA. Los marinos dispusieron que varios desparecidos fuesen llevados a una isla en el Tigre para sacarlos de la mira de cualquier integrante de la Comisión.

Más de cinco mil quinientos casos nuevos y 1.200 casos ya recibidos se acumularon en las cajas y valijas que se llevaron los integrantes de la Comisión. Habían visitado militares, policías, jueces de la dictadura, políticos y organismo de Derechos Humanos. Habían entrado a unas pocas cárceles. En el informe, nada sería obviado. Ni la mención a los Testigos de Jehová encarcelados en Campo de Mayo por negarse al servicio militar obligatorio ni una leve observación sobre antisemitismo que decía: “se han producido hechos que ponen en evidencia cierta tendencia que podría entenderse como destinada a afectar a los judíos”.

Los argentinos, huérfanos de libertad y de periodismo, no conocimos la magnitud de aquel informe. Cinco o seis periodistas hicieron lo que pudieron. Entre ellos Herman Schiller, del periódico Nueva presencia.

Hoy, la mención de estos hechos, la búsqueda de los archivos tenebrosos de nuestra TV, las fotos nunca publicadas, deberían ser lecciones permanentes en nuestras escuelas, colegios, universidades, facultades de periodismo.

Sólo así evitaremos que se repita aquel 79, cuando ciegos, o tapando nuestros ojos, no quisimos ver la larga cola.

 

 

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